Ese amanecer de sangre, de nubes desgarradas y puñales encendidos, perdimos la inocencia y el orgullo.
En ese atardecer de pañuelos blancos en los puños, de golpes y crímenes arteros, dejamos la dignidad a lo largo y a lo ancho de nuestras tres culturas.
Tarde fue para gritar, para escapar, para vivir y revivir.
Mañana de lodo y zapatos anónimos, testigos visuales y sonoros del crimen de los poderosos.
Noche eterna en la conciencia y en los anales de la historia. Oscuridad que diariamente nos alcanza la crónica muda, sorda, insolente, oficialmente escrita y pronunciada.
68 en México, una mancha roja en el pecho de una ilusa paloma blanca que, desde entonces, yace acribillada entre las manos de quienes dejamos avanzar la desmemoria.
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